martes, 29 de junio de 2010

Gabriela Mistral


Vicuña (Chile)1889- Nueva York 1957


Lucila Godoy, llamada Gabriela Mistral (conocida mejor como Gabriela Mistral), escritora chilena. Hija de un maestro rural, que abandonó el hogar a los tres años del nacimiento de Gabriela, la muchacha tuvo una niñez difícil en uno de los parajes más desolados de Chile. A los 15 años publicó sus primeros versos en la prensa local, y empezó a estudiar para maestra. En 1906 se enamoró de un modesto empleado de ferrocarriles, Romelio Ureta, que, por causas desconocidas, se suicidó al poco tiempo; de la enorme impresión que le causó aquella pérdida surgieron sus primeros versos importantes. En 1910 obtuvo el título de maestra en Santiago, y cuatro años después se produjo su consagración poética en los juegos florales de la capital de Chile; los versos ganadores- Los sonetos de la muerte- pertenecen a su libro Desolación (1922), que publicaría el instituto de las Españas de Nueva York. En 1925 dejó la enseñanza, y, tras actuar como representante de Chile en el Instituto de cooperación intelectual de la S.D.N., fue cónsul en Nápoles y en Lisboa. Vuelta a su patria colaboró decisivamente en la campaña electoral del Frente popular (1938), que llevó a la presidencia de la república a su amigo de juventud P. Aguirre Cerda. En 1945 recibió el premio Nobel de literatura; viajó por todo el mundo, y en 1951 recogió en su país el premio nacional.

Ausencia
Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos que no nacieron ni en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas de tu labor,
y en tu boca de mosto. Tu entraña fuese,
y sería quemada en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche como demencia de mares solos!
¡Se nos va todo, se nos va todo!

Amor
Anda libre en el surco,
bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño;
no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor,
hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio,
pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva,
menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino;
tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido,
no le sabes huir.
Echa a andar,
tú le sigues hechizada aunque
vieras que eso para en morir!

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